miércoles, 7 de septiembre de 2016

Clavarla hasta el fondo

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Fotografía de Helmut Newton

07 septiembre 2016


Arturo por muy empastillado que ande no tiene un pelo de tonto y aunque parezca que “ya no toca”, siempre te mete un cuerno cuando le parece que algo no funciona bien a su alrededor:
“Pero Enrique ¿Qué te pasa? ya no escribes sobre ninguna coña, ni siquiera sobre tus aventuras de amor con el Párroco. Hablas mucho sobre la muerte y sobre no se cuantas entelequias que solo tú y tus más progres amigos entendéis, … ¿No te estarás muriendo, verdad?”
La Loli, que es como los reporteros de calle de los DeLuxe Televisivos, se sale de la barra cuando ve que alguno de nosotros no mueve la cabeza cuando pasa la niña de la bella colita con sus contorneadas formas llevando cafés y copas de aquí para allá y de allá para no sé donde y te larga un sermón de esos de hacerte subir las feromonas aunque sea a base de tortazos o de besos, que de todo hay:
“No me digas, Enrique, que le has contado tu secreto a la Mila, esa HP de Sálvame, y que ahora ya lo sabe todo el mundo que es lo que ella, (la tal Mila), sabe hacer de PM, contar lo que le cuentas en secreto a “to quisqui””
Pero la conferencia exprés de la mañana, la secuencia fonética que más hondo ha calado en mi alma, la ha soltado mi amiga Leonor, la veterana de los ochenta y no sé sabe cuantos más, vieja cupletista de El Molino barcelonés de los sesenta, maestra nacional retirada y viuda de honor del Cuerpo de la GC, sí, ha sido ella la que con sus bellas palabras me ha mandado de una bella patada hacia el cielo de mis recuerdos:
“No les hagas caso, Enrique, ellos no te entienden, bueno, lo cierto es que ni ellos mismos se entienden. Tú vienes aquí a escuchar historias y ellos a contarlas; tú vienes aquí a regalarnos vida y ellos a consumirla como si fuera hachís; tú tienes mucha vida y ellos … ay, ellos la quisieran tener; tú sabes como enamorarla y como mimarla y ellos apenas han aprendido alguna vez lo que significa sentir o tener sentimiento alguno; ellos están amargamente inmersos en su oculta soledad y tú estás lleno de vida en ti y en todo lo que tocas a tu alrededor …”
Me levanté y sin dejarla terminar, me acerqué a mi amiga Leonor, la más veterana de todas mis amigas, y le di un beso en el morro que produjo, tras el clamoroso silencio inicial, un griterío espectacular entre todo el personal del Ateneo con ojos para ver. Fue como cuando un torero entra a matar …y la clava hasta el fondo. Como diría mi amigo Manué: Me quedé más a gusto que un marrano en un charco.


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